Chateaubriand // Juan Ritvo: Imprudencias Breves
¿Cuál
es el secreto de la frase de Chateaubriand?
Podemos
hablar de la dramática evidencia de sus imágenes, que es algo demasiado
genérico, aunque verdadero, aplicable a los líricos griegos, a Goethe, a
Shelley.
En
su prosa indudablemente clásica por su equilibrio, su apertura y su cierre, se
presenta el contraste extremo entre la fugacidad del instante humano y la
eternidad. El espanto pascaliano frente al universo cuyo centro está,
indiferente, en todos lados y en ninguno, domina su obra. Eso sí: él,
imponente, permanece en primer plano; no hablo de un detalle psicológico,
desdeñable. Su inteligente egotismo pertenece a la intimidad de la frase.
Ande
por donde ande, visite a quien visite, su propia vida se le vuelve coral,
palimpséstica. Su cristianismo agónico y moderno, lo enfrenta a la
intermitencia y al desvanecimiento.
Desde
allí forja, en las Memorias de Ultratumba, frases
como las que describen el momento final de Madame de Beaumont:
“Sobre su frente caían algunos bucles de sus
cabellos sueltos; sus ojos estaban cerrados, había descendido la noche eterna.
El
médico puso un espejo y una luz ante la boca de la extranjera; el espejo no se
empañó en absoluto por el aliento de la vida y la luz permaneció inmóvil. Todo
había terminado”.
La eficacia del párrafo depende de esa substitución del nombre de la
muerta, por su cualidad de extranjera; pero Chateaubriand es el director de
escena y agonista que decreta la caída de la noche eterna.
Chateaubriand // Juan
Ritvo: Imprudencias Breves
¿Cuál
es el secreto de la frase de Chateaubriand?
Podemos
hablar de la dramática evidencia de sus imágenes, que es algo demasiado
genérico, aunque verdadero, aplicable a los líricos griegos, a Goethe, a
Shelley.
En
su prosa indudablemente clásica por su equilibrio, su apertura y su cierre, se
presenta el contraste extremo entre la fugacidad del instante humano y la
eternidad. El espanto pascaliano frente al universo cuyo centro está,
indiferente, en todos lados y en ninguno, domina su obra. Eso sí: él,
imponente, permanece en primer plano; no hablo de un detalle psicológico,
desdeñable. Su inteligente egotismo pertenece a la intimidad de la frase.
Ande
por donde ande, visite a quien visite, su propia vida se le vuelve coral,
palimpséstica. Su cristianismo agónico y moderno, lo enfrenta a la
intermitencia y al desvanecimiento.
Desde
allí forja, en las Memorias de Ultratumba, frases
como las que describen el momento final de Madame de Beaumont:
“Sobre su frente caían algunos bucles de sus
cabellos sueltos; sus ojos estaban cerrados, había descendido la noche eterna.
El
médico puso un espejo y una luz ante la boca de la extranjera; el espejo no se
empañó en absoluto por el aliento de la vida y la luz permaneció inmóvil. Todo
había terminado”.
La eficacia del párrafo depende de esa substitución del nombre de la
muerta, por su cualidad de extranjera; pero Chateaubriand es el director de
escena y agonista que decreta la caída de la noche eterna.
(Fuente: https://entrelazosblog.wordpress.com)